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Cuando inicié el semestre, la contabilidad me parecía un laberinto de números y normas incomprensibles. Hoy, meses después, puedo decir que ese laberinto se ha convertido en un mapa: un sistema lógico que no solo ordena datos, sino que revela la esencia misma de las empresas.

Lo que más me sorprendió fue darme cuenta de que la contabilidad es, en el fondo, una forma de narrativa. Cada transacción, cada ajuste, cada estado financiero cuenta una historia: la de una empresa que crece, que enfrenta crisis, que reinventa su rumbo. Aprendí que detrás de un balance general hay esfuerzo, estrategia y, a veces, hasta drama. Los números ya no son fríos; tienen contexto, consecuencias y significado.

Las clases prácticas fueron un parteaguas. Recuerdo especialmente un ejercicio en el que simulamos la quiebra de una empresa: de pronto, conceptos como "liquidez" o "pasivos a corto plazo" dejaron de ser términos teóricos para volverse realidades urgentes. Fue ahí donde entendí que un contador no es solo un registrador, sino un detective financiero. Su trabajo puede prevenir crisis o, incluso, salvar negocios.

También hubo aprendizajes inesperados. Por ejemplo, nunca imaginé que la contabilidad me enseñaría tanto sobre mí misma. Descubrí que tengo una mente analítica, pero también que necesito mejorar en el manejo de la frustración cuando las cuentas no cuadran. Aprendí a trabajar bajo presión, a defender mis conclusiones con argumentos sólidos y, sobre todo, a escuchar las perspectivas de mis compañeros.

Ahora veo esta disciplina con otros ojos. Sé que mi camino aún es largo—necesito dominar herramientas digitales, entender las normativas internacionales y ganar más experiencia en el análisis crítico. Pero algo es seguro: ya no estudio contabilidad solo para aprobar un curso. Lo hago porque cada conocimiento nuevo me acerca a ser la profesional que quiero ser: una contadora que no solo informa, sino que transforma datos en decisiones inteligentes.

Este semestre no solo me dio conocimientos técnicos; me cambió la manera de pensar. La contabilidad, al final, es mucho más que números: es el arte de descifrar el pulso de los negocios. Y yo, ahora, quiero ser parte de ese lenguaje.

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